Ética médica: ser paciente
Lo que publicamos es una selección de respuestas de Francisco (Paco) Maglio a Leila Guerriero, periodista del diario la Nación, publicado el Domingo 08 de abril de 2001. La periodista consultó también a otros médicos. La nota completa se encuentra en http://www.lanacion.com.ar/Archivo/Nota.asp?nota_id=212834
“La relación cotidiana entre médicos y pacientes plantea dilemas que requieren tanta discusión como los temas más fuertes de la ética médica. La diferencia es que de esto se habla mucho menos
–Si tengo que definir a la ética con sólo dos palabras, diría que ética es el otro.
Dice el doctor Francisco Maglio una tarde con nubes bajas, pleno Boedo. -Lo que yo hago con el otro es mi ética.
Lleva más de tres décadas de ejercicio de la medicina y le sobran cargos: vicepresidente de la Sociedad Argentina de Medicina Antropológica, coordinador de la Comisión de Bioética de la Sociedad Argentina de SIDA, integrante de los comités de Bioética del Hospital Muñiz y de la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva. Escribió un libro, Reflexiones (y algunas confesiones), en el que cierto repaso crítico de su propia carrera en particular y de la medicina y los médicos en general deben haberle valido más de un saludo helado entre sus propios colegas.
– A partir del siglo XVIII – dice Maglio – aparece un modelo médico en el que ya no es fulano de tal con tal cosa, sino el hígado cirrótico, el corazón dañado. En los últimos dos siglos, el paciente de sujeto pasó a objeto. En griego, médico significa persona que cura a otra persona; en latín, medicus es una buena persona experta en el arte de curar. En uno y otro idioma, la palabra privilegia el concepto de persona. Ahora le ponen a un estudiante un muerto, una rata y después un paciente. Antes tenía que estudiar moral, antropología, filosofía, y cuando estaban formados como personas los hacían técnicos. Como están las cosas, ser médico no te garantiza nada desde el punto de vista moral o ético. Si resucita Santos Godino, el Petiso Orejudo, que terminó muerto en manos de los presos en la cárcel de Tierra del Fuego cuando descubrieron que había ahorcado a un gato y que le pinchaba los ojos a los pajaritos, que era un tipo que había cometido su primer crimen a los 7 años ahorcando a una nena, si resucita va a la Facultad de Medicina y a los 6 años es médico. Era inteligente, hubiera aprobado los exámenes. Nadie se ocupa de la formación humanística, de su compromiso social.
– Para empezar, separemos las aguas. La ética médica es algo muy distinto de la mala praxis. La ética es la reflexión sobre el por qué de la aplicación de ciertos principios morales y es tema de reflexión de los comités de ética y bioética de cada institución médica. La mala praxis excede los comités, y pertenece al área de la justicia. Pero si los medios hablan muy seguido sobre los grandes temas de la ética como la clonación, el derecho o no a una muerte digna y otros bemoles complicadísimos, cuando Juanita Pérez se encuentra frente a un médico que sin preguntarle si tiene ilusiones y si las pudo cumplir le escupe sin anestesia que tiene un tumor en el pecho y que hay que operar, no sale en ningún diario. La frialdad, la brutalidad, la impaciencia cuando los pacientes piden información, nada de todo eso tiene el rating de la peluda oveja Dolly, tan clonada. Sin embargo, tanto el genoma humano como las anginas son temas de estudio de los médicos que supimos conseguir. Pero si todos parecen de acuerdo en que hay que hablar de la clonación, pocos parecen pensar que la relación entre médicos y pacientes merezca algún tipo de revisión. Y cabe ahí la complejidad del mundo: miedo, felicidad, confianza, frialdad, sometimiento, poder, compasión, dolor y muerte. La buena noticia es que hay médicos que están preocupados por esto. La mala es que hay otros a los que nadie les avisó que usted, lector, no es el estómago ulcerado de la cama 230, sino Pedro Gómez, el tipo al que le gusta el mate cocido con leche y tiene debilidad por el dominó.
– Hasta mediados del siglo XX y desde la época de Hipócrates, los médicos se movieron guiados por un solo principio: el de beneficencia. Había que hacerlo todo para beneficiar al paciente. El detalle era que la opinión del paciente no importaba. De modo que si había que amputarle una mano para que usted siguiera vivo y usted no quería, mala suerte. Ellos lo hacían por su bien. Pero desde 1950 hasta ahora, el surgimiento de la tecnología y los nuevos medicamentos trajeron aparejados los principios de no maleficencia (no dañar al paciente) y el de autonomía: el paciente tiene derecho a opinar y negarse a un tratamiento, aun cuando ponga en riesgo su vida. En los años 70 comenzaron a surgir planteos en el ejercicio de la medicina que los médicos solos no podían resolver. La bioética, entonces, es el resultado de esa complicación: una multidisciplina en la que opinan sociólogos, antropólogos, médicos, filósofos, abogados, y que busca soluciones para cada caso particular.
-Tuvimos una formación triunfalista de la medicina -asegura Francisco Maglio-, según la cual la muerte es un fracaso. Estás ahí, decís: «Hora del deceso, 13.15», y a otra cosa. Después de treinta años de terapia intensiva te puedo asegurar que el médico que dice «Yo ya me acostumbré» estuvo acostumbrado siempre. De entrada. El tipo que te dice «No, yo ya me hice la coraza», ése tuvo la coraza siempre. Cuanto más tiempo estás, más te angustia. No todos son capaces de compadecerse. O de entender que lo que a un médico puede parecerle una enfermedad menor, para el paciente es el fin del mundo.
– Hace falta empatía -dice Francisco Maglio-, que es mirar la realidad con los ojos del otro. Vos estás enfermo, yo te hago un diagnóstico. Esa es la enfermedad. Abajo está la representación social de tu enfermedad. Si un chico me viene a consultar por granos en la cara y le digo: «Vos tenés acné», él no tiene acné. ¿Sabés qué tiene? Vergüenza. Si vos le decís a alguien «Usted tiene sida», él, ¿sabés qué tiene? Discriminación. Si yo no comprendo la mirada del paciente, no puedo sanar.
– La medicina prepaga vino a inaugurar una nueva época. El médico es un intermediario entre una empresa y un paciente que, ahora, se parece mucho más a un cliente. -El mejor interés para el paciente -dice Francisco Maglio- no siempre es el mejor interés para la empresa. Y el médico se ve enfrentado a esos intereses distintos.
– No hay razón ética para mentir -dice Maglio- Los pacientes tienen derecho a saber, pero por razones culturales y psicológicas tienen derecho a no saber. Una cosa es un anglosajón, que si tiene cáncer probablemente quiera saberlo, y otra es Don Giusseppe, al que si vos le decís «Mire, tiene cáncer», se pega un tiro. Hay que saber en qué momento el paciente está ejerciendo su derecho a saber o a no saber. Pero eso no se enseña en la Facultad. Trudeau, un médico del siglo XIX, pasó a la historia por lo que se hizo poner en su epitafio: Curar a veces, mejorar a menudo, confortar siempre. Y ésta es la medicina. La mayor de las artes es ayudar al paciente a comprender por qué está el sufrimiento en su vida”.
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